El proyecto Lento Rodríguez, liderado por Gustavo Rizo-Patrón, se ha consolidado en su más reciente entrega, Simón Salguero, no por la quietud de su nombre, sino por la radicalidad de su movimiento. Este álbum no es un simple conjunto de canciones; es una topografía lírica donde el espacio se convierte en un motor discursivo. La elección del título, el nombre de una calle de su infancia en Miraflores, Lima, actúa como un anclaje, un punto cero desde el cual se dispara una narrativa de desplazamiento. El álbum traza un eje entre lo íntimo y lo global, usando la memoria privada como fuente de datos para una experiencia sonora que fue modelada en Lima, Roma y, crucialmente, consolidada en Nueva York. Este trasiego geográfico no es anecdótico; es la explicación estructural de la música, una síntesis de contextos culturales dispares.

La verdadera tensión artística de Lento Rodríguez radica en cómo logra que la experiencia cosmopolita se filtre en la raíz limeña sin neutralizarla. Si el disco anterior, New New Wave, absorbía la frialdad estética del synth-pop anglosajón, Simón Salguero canaliza esa misma sofisticación técnica para dar cabida a la calidez introspectiva del castellano. La arquitectura sonora es global, pero la materia prima emocional es local, un juego de espejos donde la calle de la infancia se refleja en los horizontes inabarcables de las metrópolis. Rizo-Patrón no se limita a evocar la nostalgia, sino que utiliza el recuerdo del barrio como una geometría conceptual, una matriz desde donde la voz y los sintetizadores pueden flotar sin perder gravedad.

Formalmente, el álbum se presenta como un estudio sobre el arte de la contención. La lírica, al anclarse en referencias geográficas concretas ("Noche de Enero", "Simón Salguero"), consigue una resonancia universal, demostrando que lo específico puede ser un pasaje directo a lo general. La instrumentación, manejada con pulcritud, evita la saturación propia del shoegaze anterior; en su lugar, se perciben capas de sonido que dialogan entre la pulsión indie y la armonía compleja del jazz. Es en esta precisión atmosférica donde se mide la madurez del proyecto: la instrumentación no está al servicio de la emotividad desbordada, sino de la construcción de un espacio mental donde el oyente puede situar sus propios recuerdos.

Finalmente, Simón Salguero se erige como una obra que codifica la diáspora creativa. Es el testimonio de un artista que se niega a la pertenencia estricta, encontrando su identidad precisamente en la movilidad y el contraste. Al nombrar el álbum con una dirección de la infancia, Lento Rodríguez establece una línea de partida ineludible, pero el destino sonoro es siempre un punto en el extranjero, donde las influencias de Blondie, Charly García y el Dream Pop se licúan bajo una luz nueva. Es una obra vital para entender cómo el pop de autor peruano en 2025 negocia su tradición con el imperativo global de la innovación, convirtiendo la mudanza geográfica en una ventaja estética.

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