La canción nació fragmentada, como suelen nacer las ideas importantes. Primero, tras la muerte de su padrastro. Luego, un año después, desde un lugar más en calma. Esa cicatriz dividida da al tema un ritmo quebrado, irregular, que por momentos parece caminar de espaldas. Y es justo ahí donde se vuelve interesante. Duarte nunca entrega lo que uno espera. Cambia estructuras, corta frases a la mitad, saca acordes cuando deberían entrar, o simplemente deja que la voz suene cruda, casi como si estuviera dictando algo en vez de cantar. Es un truco viejo, pero funciona porque lo hace sin pretensiones de iluminar a nadie.
El videoclip sigue la misma lógica: figuras inquietantes, lugares donde el tiempo está detenido, personajes que caminan sin saber a dónde van. Un mimo con rostro enmascarado flota por una oficina oxidada y se cruza con una esfinge con cabeza de ciervo. ¿Explicación? Ninguna necesaria. La ansiedad no tiene guion. La dirección de Marco Arauco y Javier Lima no le teme al sinsentido; de hecho, lo abraza. El desorden visual complementa con fidelidad lo que la canción transmite: un intento por mantenerse en pie mientras todo alrededor se disuelve lentamente.
En los márgenes de esta escena local, donde muchos artistas alternan entre la ambición y la parálisis, Duarte elige otro camino: trabaja. No para llenar vitrinas, ni para calzar en ninguna escena específica. Su discografía solista es despareja, cambiante y, en sus mejores momentos, genuinamente inquietante. Levitar Caer es un buen ejemplo de eso: una canción que parece construida desde el error —aquella frase que dijo sin querer en el estudio— y que terminó dando sentido a todo lo demás.
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