Jaime Pareja -el cerebro de La Guarida del Dragón- creció entre dos mundos que parecían irreconciliables. De día, el rock anglo que aprendió a tocar con devoción casi religiosa en la guitarra. De noche, los ecos del festejo, la marinera, la cumbia que se colaban en las calles limeñas. TrashCRIOLLO no es un intento de unirlos desde la complacencia, sino un choque frontal de tradiciones, un duelo sin árbitro donde el ruido y la identidad se devoran entre sí.

El álbum ataca sin aviso. No hay introducciones ceremoniosas ni pasarelas de bienvenida, solo una embestida de guitarras desafinadas, percusión que golpea como un corazón desbocado y una voz que se debate entre el spoken word y un grito atrapado en la garganta. Lo que sigue es un torbellino donde la producción hip-hop y la crudeza del punk destrozan cualquier noción de pureza sonora. Aquí no hay ensamblaje delicado ni fusiones académicas, solo fragmentos de un pasado que colisionan a gran velocidad.

Si en el pasado, las fusiones peruanas buscaron enmarcarse dentro de la elegancia, TrashCRIOLLO elige lo opuesto: la imperfección como método, la saturación como estética. Todo suena como si estuviera al borde del colapso, como si cada canción fuera un acto de demolición donde la herencia sonora peruana se desgarra y se reconstruye en un nuevo y caótico lenguaje. No hay interés en preservar, sino en retorcer, en hacer que los géneros musicales se muerdan entre sí hasta convertirse en otra cosa.

Hay algo profundamente nostálgico en este caos. No en el sentido de un recuerdo cálido, sino en la forma en que una memoria se distorsiona cuando se la somete a demasiada presión. Lima aparece aquí como una entidad agresiva, una ciudad que no se deja domesticar y que, en cada esquina, devuelve sonidos contradictorios. TrashCRIOLLO no busca reconciliarse con su identidad, sino exponerla en toda su violencia y confusión.

Más que un disco, esto es un síntoma. Una reacción ante la falta de espacios para quienes crecieron escuchando de todo y nunca encontraron un hogar sonoro. La Guarida del Dragón no está buscando etiquetas, ni reivindicaciones, ni siquiera aprobación. Solo está dejando un mapa trazado con rabia y memoria para quien se atreva a seguirlo.

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